Los recuerdos de sus padres son el hilo conductor que Jaime Martín sigue en una novela gráfica con la que recupera la memoria de una etapa de la historia de España que el poder establecido luchó para que olvidáramos. LAS GUERRAS SILENCIOSAS, nominada en Angoulême, es una obra muy personal que a veces nos emociona y a veces nos arranca una sonrisa. Una obra que permite apreciar en todo su esplendor el inconmensurable talento narrativo de uno de los autores españoles más reconocidos fuera de nuestras fronteras.
Recordemos que el miércoles 28 de mayo a las 19:00, Jaime Martín estará presentándola en el Fnac El Triangle de Barcelona.
El autor de este álbum nos recuerda un poco al Jaime Martín de SANGRE DE BARRIO, puesto que vuelve a basarse en vivencias personales. Marisol Hernández lo ha entrevistado para Norma Editorial.
¿Por qué has vuelto a este registro?
Porque la historia me ha acompañado a lo largo de toda mi vida. Mi padre llevaba contándonos sus aventuras y desventuras africanas desde que éramos niños. Mis dos hermanos y yo cumplimos los 20 años, los 30 y los 40, y mi padre seguía insistiendo en el tema.
Cuando nos reuníamos en alguna comida, mi madre siempre decía: “cuidado, cuidado con lo que decís, que volverá a sacar el tema y no acabaremos nunca”. Era un cachondeo, siempre hacíamos broma, y él aceptaba que el tema era un poco cansino, pero no podía evitarlo: siempre que podía metía su cuña con la mili.
Es una historia que, como digo, me ha acompañado toda la vida, y en un momento dado pensé que había material sobradamente interesante como para hacer algo con él. Al tiempo podía tratar de hacer una especie de exorcismo y lograr que mi padre terminara de una vez con el tema. Me puse a recopilar el material que él tenía y así surgió
¿Qué les pareció el álbum a tus padres?
Mi padre lo ha visto acabado. Mi madre no, porque falleció a medio trabajo.
Mi padre está que se sale, tremendamente contento, casi como si hubiesen hecho una película de su vida. Ahora podrá enseñárselo a sus amigos, y en cierta forma el exorcismo que comentaba antes parece haber funcionado. Después de tanto hablar en persona y por teléfono de mil y un aspectos de su servicio militar, ya ha expulsado todo lo que tenía que expulsar, lo bueno y lo malo.
Mi madre estaba contenta con el proyecto, y de hecho ella me ayudó a finalizar el guión, porque llegué a reescribirlo hasta tres veces. Me sugirió que introdujera también una visión de aquel momento desde lo civil, añadiendo el punto de vista de las novias que se quedaban esperando a los chavales que iban a hacer la mili.
Efectivamente, el álbum plantea una doble historia. Por un lado la mili de tu padre, pero también la forma en la que vivían los civiles por aquel entonces. Ambas partes tienen el mismo protagonismo.
A mí el tema militar me repugna y no me interesaba hacer historias bélicas. Tenía miedo de que el álbum acabase siendo una colección de anécdotas, de batallitas de la mili o de la guerra. Gracias a mi madre comprendí que podía narrar una historia familiar y, de rebote, retratar la historia de España. En cierto modo funciona como un efecto espejo, puesto que explica cómo el franquismo y el autoritarismo religioso y militar actuaban sobre los militares, pero también sobre los civiles.
Al cobrar una perspectiva más amplia, pude también hablar de la situación de los jóvenes en general, y abordar un tema recurrente en mis trabajos: el de los jóvenes luchando contra lo políticamente establecido en un mundo de adultos.
El papel de rebelde en esta historia se le asigna a tu madre, una mujer anticipada a su tiempo.
Mi abuela simpatizaba con el anarquismo, y mi abuelo era socialista. Todo esto influyó en la educación de mi madre, del mismo modo que la educación de mis padres ha influido en la mía.
Es cierto que mi madre estaba adelantada a su época. Cuando yo era un chaval de 13 años, a finales de los setenta y principios de los ochenta, mi madre ya empezó a estudiar yoga, a hacer judo, a estudiar cosas relativas a la alimentación basada en la soja. Cosas que por aquel entonces no eran en absoluto habituales. Eran tres hermanas y mis abuelos las educaron para que pudieran reaccionar ante cualquier situación, incluso frente a la violencia. Mi abuelo les enseñaba boxeo, porque él era aficionado al boxeo, y mis dos tías se hicieron karatekas, mientras que mi madre fue judoca. Luego lo cambió por el Yoga.
Mi madre nos dijo a mí y a mis hermanos: “Vosotros no vais a ser tres machitos inútiles. Aprenderéis a cocinar y a coser”. Desde bien pequeños aprendimos ambas cosas, y cuando éramos unos adolescentes de 15 años que íbamos de heavies duros por la vida, cogíamos la máquina de coser y nos estrechábamos los pantalones nosotros mismos. Definitivamente era una mujer avanzada.
Como apunta el título del álbum, LAS GUERRAS SILENCIOSAS parece que nunca existieron, y encontrar documentación al respecto no es nada fácil. Sin embargo tu novela gráfica está muy bien documentada.
Por un lado utilicé las fotos que tenía mi padre, que no eran muchas, pero en algunas salen vehículos, tiendas de campaña, partes del cuartel… Además contaba con lo que él escribió, una especie de diario que hizo después. Por otra parte, gente ya mayor que fue recluta en aquella época ha colgado fotos en Internet.
Lo más difícil fue retratar las instalaciones. Por ejemplo, cómo dibujar una cocina, cómo dibujar una cantina. Porque por supuesto, cuando la gente se hacía fotos, no se las hacía en la cocina. En estos casos he tenido que recurrir a la narración oral. Mi padre me iba contando cómo lo recordaba y yo, junto a él con una libreta, lo dibujaba. Le enseñaba el dibujo y él me iba corrigiendo, y así hasta que él me decía: “Sí, se parece mucho a la cantina que yo recuerdo”. Y lo dejábamos así.
En cuestiones de armamento y vehículos, como todo era material de desecho de la Segunda Guerra Mundial que los americanos vendieron a España, tenía que buscar el modelo en Internet y ver cómo eran los anfibios, los todoterreno, etc.
Cuando empecé a escribir el guión, mi padre y mi madre se fueron de vacaciones a Sidi Ifni. Hacía tiempo que mi padre quería volver al lugar en el que hizo la mili, y vinieron cargados de fotografías. El barco embarrancado que ya estaba ahí en el año 62 todavía continúa allí, y se ha convertido en una especie de atracción turística
¿Crees que tu historia, además de dar a conocer las guerras silenciosas, es también una manera de explicar por qué los hombres hablan siempre de sus “batallitas de la mili”?
Tal vez. Mi objetivo no era ese, pero supongo que de rebote algo de eso hay. En definitiva, todos cuentan la historia de su mili porque no deja de ser un rapto, un ultraje. Te encuentras en uno de los momentos clave de tu vida, en la etapa de la juventud, cuando estás emocionado porque empiezas a descubrir muchas cosas, a salir con chicas, a disfrutar de la vida, de cierto grado de libertad, y entonces, en plena euforia, te raptan. Te llevan al fin de mundo y te tienen allí retenido un año, puteado por gente absurda que te obliga a hacer cosas absurdas a golpes. El resultado es ciertamente traumático, claro.
Yo entiendo que la gente que ha hecho la mili acabe contando siempre sus batallitas. Lo habrán pasado bien o mal, pero el hecho en sí es una cabronada. Ese rapto en ese momento me parece imperdonable.
¿Pasaste por momentos difíciles en el proceso de creación del álbum?
Obviamente me costó reemprender el trabajo cuando murió mi madre. Me faltaba poco para llegar a la mitad y estuve tres meses paralizado, sin poder hacer nada. Luego pensé en cambiar la historia, en rendirle una especie de homenaje. Al final, con la cabeza un poco más fría, volví a retomarlo como lo tenía escrito originalmente.
Desde ese momento y hasta tenerlo terminado fue bastante duro, porque tenía que ir consultando fotografías para hacer los dibujos. Recuperaba las fotos antiguas que aparecen pegadas en el libro como si fueran viñetas, y cada vez que me reencontraba con mi madre en las fotos era un drama. Cada vez que llamaba a mi padre o le visitaba para hacerle una consulta y en la consulta aparecía mi madre, era un drama. Esa fue sin duda la parte más dura.
¿Que ha supuesto para ti estar nominado con esta obra en Angoulême?
La primera vez ya me pareció casi como si se hubieran equivocado: demasiado bueno para ser cierto. La segunda no supe cómo tomármelo. Me dio una alegría enorme, como si me hubiera tocado la lotería dos veces. Es una sensación muy rara. Por un lado estaba muy contento, y por otro incrédulo de que me hubiesen seleccionado por segunda vez. Ganar era complicado, porque el resto de autores seleccionados eran muy buenos.
En este caso estoy especialmente contento con la nominación, porque narro una historia que a nosotros nos toca más de cerca. Pero los franceses, aunque intervinieron en el conflicto ayudando a los españoles, no la conocen, el tema les pilla muy de lejos. En el libro se habla de la sociedad española de aquella época, no de la francesa, y aunque pueda haber elementos en común, no es lo mismo. Nominarme me ha parecido muy generoso por su parte.
¿Cuál es tu próximo proyecto?
Estoy peleándome con un guión. Mi abuela vivía en Melilla cuando el dictador decidió arruinar el país. Quiero hacer algo con lo que vivieron mis abuelos durante la sublevación, la Guerra Civil y la postguerra y no sé cómo afrontarlo, porque hay demasiadas historias que contar. Recuerdo las de mi abuela y tengo una grabación de mi abuelo, en cinta de casete. También algunas fotos, el testimonio de mis tías y lo que me contó mi madre. En cierta forma el libro tendría una relación muy directa con LAS GUERRAS SILENCIOSAS. No sería una segunda parte, pero sí podría ser complementario, ya que de hecho habla de la generación anterior.
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22 de maig de 2014