Hoy os traemos una entrevista muy concreta y especial: está centrada en preguntar al autor de The Warriors por su relación con los cómics. El gran cineasta Walter Hill acaba de adaptar un guión inédito al cómic, Balas perdidas. Una magnífica obra noir de gángsters que ha realizado con la colaboración del guionista Matz y el dibujante Jef.
¿Cómo descubriste los cómics?
Antes de nada, debo señalar que yo era lo que se suele llamar un niño enfermizo, y sufría entre otras dolencias de una fuerte asma. Esto hizo que no asistiera mucho al colegio, y aprendí a leer y a escribir en casa. Descubrí el mundo del cómic muy pronto, y fue primero a través de las tiras cómicas. Después empecé a coleccionar cómics. Mi madre no siempre veía con buenos ojos esta ocupación, pero ya entonces me interesaban las historias oscuras. Me encantaba Captain Midnight y los EC Comics. Eso fue lo que me llevó a Historias de la cripta, de la que yo era uno de los productores. Cuando se lanzaron las reimpresiones de los volúmenes originales, propuse que compráramos los derechos. La idea inicial era hacer un largometraje, pero como resultó difícil financiarlo, finalmente se convirtió en la primera serie de la cadena HBO. En fin: esa inclinación por los cómics más sombríos lleva acompañándome toda la vida.
¿Tuvo eso tanto peso como el cine en tu decisión de convertirte en director?
No tengo claro cuál es el trayecto por el que alguien acaba haciendo películas: la razón por la que acabamos todos ahí es un misterio. La verdad es que yo nunca hubiera imaginado que acabaría formando parte de este entorno, me parecía otro mundo. Pero tras fracasar en mi acceso al ejército debido al asma que me acompaña desde niño, volví a Los Angeles y de alguna forma me reconducí hacia el oficio de guionista y después de director por una serie de accidentes. Ni siquiera estoy seguro de que fuera cuestión de ambición, solo una forma de ganarme la vida. Parecía algo factible pero me hacía feliz formar parte de una industria que me gustaba tanto. Siempre me han encantado las películas y los cómics. La influencia de estos últimos es quizá más obvia en The Warriors, Calles de fuego o Gerónimo, pero siento que me acompaña siempre y me ayuda mucho en el aspecto visual.
Concretamente The Warriors tiene un enfoque muy gráfico y se suceden las pandillas con un aspecto muy estudiado.
En realidad esa idea me vino al leer la novela en la que se inspira The Warriors, que ni siquiera es muy buena, aunque me gustaba la idea inicial que proponía. Hay una escena en la que un personaje lee un cómic basado en la Anábasis de Jenofonte. Para mí fue un momento de claridad: me di cuenta de que la película tenía que ser exactamente eso, una versión cómic de la expedición con pandillas urbanas en lugar de distintos pueblos con los que se encuentran los soldados griegos. Por tanto recuperamos la trama narrativa de la novela y añadimos personajes de aspecto muy llamativo. Pero todo eso acabó como una broma entre nosotros: cada vez que pensábamos en algo extravagante que incluir, presenciábamos en la calle un atuendo que lo llevaba más lejos. Era muy divertido.
Otra pregunta respecto a The Warriors…
¡Uf, pero es que han pasado cuarenta años!
Precisamente: hace diez años se lanzó una versión del director con transiciones entre secuencias que eran viñetas de cómic.
No me gustan las versiones del directores pero iban a sacar una nueva edición en DVD y me dijeron que podría controlar el proceso. En aquella época tenía una pelea abierta con Paramount: ellos pensaban que The Warriors tenía que resultar más real, y yo les insistía en que era una fantasía, una película-cómic. No quisieron escucharme y me privaron de dos cosas que me prometieron que se harían: una pequeña narración con voz en off al principio y esos interludios de cómic con viñetas que cobran vida. Así que añadí esos elementos, aunque el resultado es distinto al que yo había previsto: las viñetas las dibujó otro artista y la voz que se escucha es la mía, y originalmente iba a ser la de Orson Welles. Algunas personas prefieren el montaje original y yo lo respeto. Lo único que digo es que lo que se llama «versión del director» es más cercano a lo que podría haberse visto en 1979 si hubiera tenido libertad creativa.
«La idea de una película inspirada en un cómic hoy resulta banal: ya ha entrado en el establishment. Pero en 1978, con The Warriors, la gente me miraba como si me hubiera vuelto loco».
¿Pasó de ser guionista a director para que las películas que tenía en la cabeza no se vieran alteradas por otras personas?
Sí, esa fue una de las razones. Hay un refrán en Hollywood que quizá también pueda aplicarse al cine francés (risas). Dice: «Si hay un guión escrito, la película ya se ha dirigido una vez». Creo que todo guionista se reconoce en esta afirmación… Ahora, cosas de la edad, cuando la gente me pregunta «¿Y cómo eran las cosas entonces?» digo que una de las cosas que han cambiado es que hoy en día, las películas parecen escritas por cinco o seis personas. Antes solo había uno o dos guionistas, y cuando se modificaba el texto, el sufrimiento era mayor. Ahora creo que nadie recuerda exactamente quién ha escrito qué. Además, la idea de una película inspirada en un cómic hoy resulta banal: ya ha entrado en el establishment. Pero en 1978, con The Warriors, la gente me miraba como si me hubiera vuelto loco. Obviamente ya existían obras de ese estilo y no pretendo haber inventado nada. Lo único que defiendo es que no era una elección habitual.
Resulta paradójico que las adaptaciones de cómics se hayan convertido en los estrenos más prestigiosos del año…
¡Y eso probablemente se debe a gente como yo! (risas) Pero en aquellos tiempos, una película basada en cómic era algo maravillosamente subversivo. Creo que ocurrió lo mismo con Alien: elegimos deliberadamente una historia de ciencia ficción básica y macabra, pero intentamos ilustrarla de forma elegante. Y este procedimiento, que resultaba muy novedoso en aquella época, es el que prevalece hoy en día. Por eso resulta difícil proponer una drama serio, lo cual es una pena.
¿Significa eso que la inspiración para Alien fueron cómics antiguos de ciencia-ficción?
Había un primer guión escrito por Dan O’Bannon y Ronald Shusett, que yo retomé. Y desde luego mi influencia procede tanto de los cómics como de la llamada Edad de Oro de la ciencia ficción, por ejemplo A. E. Vogt. De ahí surgió una película como El enigma de otro mundo de Howard Hawks, y éramos perfectamente conscientes de estar volviendo hacia esas historia de los años cuarenta o principios de los cincuenta. Gente como Kubrick se volcaba mucho hacia el futuro, pero no era nuestro caso: el género solo era una excusa para provocar escalofríos. De alguna manera, Alien es una película retro. De hecho, la sala de máquinas se parece de verdad a la de un barco a vapor del siglo XIX, con ese motor gigante. ¿Has leído a Borges? Habla de ese sentimiento de familiaridad que reclama el público, que no desea descubrir cosas sino redescubrirlas. Como soy un director de películas de acción, a menudo se me planteaba esa contradicción: si se rueda una película con héroe principal, el final está impuesto de antemano. Ganará Clint Eastwood, no es posible que Harry muera bajo el impacto de las balas en la última escena (risas). Los espectadores lo saben y lo que ocurre por tanto es una especie de baile entre ellos y el director, que elabora estrategias para entretenerlos hasta el final ya anunciado.
Esto nos lleva al cómic Balas perdidas. ¿Querías volver a los fundamentos del film noir?
La verdad es que mi guión original estaba escrito como un largometraje de los años 30 o 40. El personaje principal es mucho más que un asesino: es a la vez muy duro y sentimental porque lleva una herida secreta, una decepción amorosa. Vaya, es un ejercicio de estilo alrededor de las películas de Hawks y de los personajes interpretados por John Garfield o Bogart. Hasta donde puedo juzgar, dado que no hablo francés, el cómic transmite eso de forma magistral. De hecho, Johnny el Guapo ya tenía para mí algo de novela gráfica. Era sombrío, noir (en francés en el original) y creo que la novela gráfica transmite muy bien este tipo de universo.
(Intervención de Matz). Respecto a Balas perdidas, quizás invertí o entrelacé ciertas escenas porque los problemas de ritmo son ligeramente distintos entre un guión de cómic y uno de cine. Pero en lo esencial intenté respetar al máximo el guión de Walter y las palabras son una traducción literal al 95% de los diálogos originales. Siempre me han encantado sus obras, en particular Driver y La huida. (Se dirige a Walter Hill): En esta última, ¿el resultado era cercano al guión?
(Retoma Walter Hill): Sí, aunque Sam Peckimpah añadió algunas cosas, que de hecho fueron un acierto. Fue gracias a La huida por lo que me convertí en director. Y eso que, bueno, las críticas fueron un desastre… ¡Y la mayoría decían que el problema era de guión! (risas). Pero la película tuvo mucho éxito, y recuerdo que Sam me puso la mano en el hombro y dijo: «Bueno, pues has arruinado mi carrera». Le miré sin comprender y me dijo: «Vamos a ganar mucho dinero». Le encantaba tomarme el pelo. La huida también me permitió conocer a Raoul Walsh, que era uno de mis directores favoritos. De hecho le había dedicado el guión, que era un homenaje a películas como Altas sierras.
Tu último largometraje es Una bala en la cabeza, adapatado de un cómic francés escrito por Matz. ¿Te interesaba el proyecto porque recordaba a las «buddy movies» que ya habías hecho, como 48 horas?
La verdad es que me llamaron poco antes del rodaje. Se habían peleado con el director inicial y Stallone me pidió que lo dirigiera yo. Modifiqué un poco el guión, sobre todo el final, y añadí algunas bromas. Por ejemplo, cuando el malo le reta a una pelea con hachas, Sly le pregunta: «¿Qué somos? ¿Vikingos?». Eso siempre hace que el público se ría. No conocía Una bala en la cabeza pero había leído otros cómics de Matz traducidos al inglés, como Asesino, que me gusta mucho. Así que cuando propuso trabajar juntos, me gustó la idea y así salió Balas perdidas. Nos conocimos cuando vino al rodaje, en Nueva Orleans. Es de la pocas ciudades americanas que conserva sus características y su sabor genuino, junto con Nueva York, Boston, San Francisco y quizá Chicago. Todas las demás se parecen. Pero por volver a la pregunta: mis películas son «anti-buddy movies». Son muy diferentes de la serie Arma fatal, en la que los personajes principales son amigos aunque a veces discutan. Mis personajes son profundamente antagonistas en términos de códigos morales y filosóficos. En Una bala en la cabeza está este policía íntegro que representa los valores americanos, y en particular los de inmigrantes que consideran que en Estados Unidos puede haber policías asiáticos. Frente a él está el villano que encarna el código de honor del hampa. Pero ambos son hombres de principios y los verdaderos villanos son los oficiales que han impuesto su ley y orden en la ciudad.
¿Buscabas un equivalente visual a las planchas de cómic?
No procedo de esa forma porque sobre todo busco ser fiel al espíritu del original. Como digo a menudo, solo existen dos o tres historias, y hay que partir de esas. Lo importante es la personalidad del artista, no su virtuosismo técnico. Voy a sonar como un viejo, pero de hecho ya soy un viejo: las película de hoy en día carecen de individualidad. Sobre todo esas superproducciones con muchos efectos especiales, que acaban pareciéndose mucho. Resulta que ya no se puede trabajar con los grandes estudios para las películas que yo quiero hacer. Por eso creo que la siguiente será una producción independiente.
¿Y qué proyecto es?
Espero poder dirigir un thirller transgénero titulado Tomboy. Peckimpah decía: «Soy como una puta vieja: voy hacia donde se me empuja». Y creo que mi tiempo con los estudios ha llegado a su fin. En los buenos tiempos, que en realidad eran malos, había al menos una ventaja: tú ibas allí y les contabas tu historia y la mayor parte de las veces te decía que no, pero a veces te decían que sí y entonces la película se hacía. Porque los estudios hacían ellos mismos sus productos. Ahora la película empieza con once logos diferentes, lo cual significa cinco reuniones con cada uno de esos logos en las que todo el mundo dirá que sí, pero eso abre la puerta a más reuniones en la que alguien quizá acabe diciendo que no. Y salvo el director cuya última película haya reportado 200 millones de dólares, todo el mundo está en el mismo barco.
Las balas perdidas... no lo son para todo el mundo. Al visitar el rodaje de Una bala en la cabeza, adaptación de uno de sus cómics, el guionista francés Matz le pregunta al director Walter Hill, al que admira mucho, si no tiene una historia para él. Y resulta que el autor de Calles de fuego tiene muchos guiones que nunca se llevaron a la pantalla. Finalmente se ponen de acuerdo para trabajar en Balas perdidas, un ejercicio de estilo años 30 cuyo personaje principal encarna él solito la expresión «hard boiled». Roy Nash es un asesino a sueldo que tiene la inmensa suerte de salir de la cárcel por obra de un villano que le pide a cambio que liquide a algunos indeseables. Pero la intriga gira muy pronto hacia el cine negro clásico, con malvados atribulados dispuestos a perderlo todo por una mujer fatal: si Nash acepta el contrato, es en parte porque el asunto implica a aquella a la que amó en el pasado... Las ilustraciones de Jef dan vida al género con fuerza y tonos sepia, contrastes intensos y decorados llenos de sombras. Además, la variedad de formato de las viñetas, y las páginas que a veces carecen de texto por completo, contribuyen a crear una obra abstracta y arquetípica que nos remite a los inicios de la cerrera de Walter Hill y en particular a su famoso Driver. Balas perdidas es una experiencia cinematográfica cuyas 120 páginas pasan del tirón, como una película.
9 de febrer de 2017