«Estoy orgullosa de poder decir que formo parte de ese reducido círculo de aquellos y aquellas que llegaron a Francia sin visado (tengo un pasaporte que lo prueba). Pero también formo parte del círculo de aquellos y aquellas que nunca solicitaron venir a Francia. Cuando supe que iba a ir a París lloré todas las lágrimas del mundo, y tenía mis razones». De esta manera, la guionista de AYA DE YOUPOGON, Marguerite Abouet, expresa una idea compleja pero fundamental; no se abandona el hogar para llegar a un país en una situación ilegal por gusto. Es la necesidad lo que mueve a las personas a moverse por el globo terráqueo buscando oportunidades de prosperar y aspirar a una vida plena y fructífera. Y así ha sido desde que apareció la humanidad; los flujos han sido continuos. La de Abouet es una cita cargada de dignidad en la que la autora alza la cabeza para mirar fijamente a los ojos de su país de acogida en un plano de igualdad.
AYA es una obra coral en la que, a través de su protagonista, vamos conociendo un conjunto de historias que nos acercan a la realidad de un barrio popular de Abidjan (Costa de Marfil) a principios de los años 70, en el que la vida transcurre de manera modesta, pero plena, como en cualquier otro lugar del mundo. Empleando la distancia que permite el humor la autora nos acerca a la realidad cotidiana de su país de origen y nos mete de lleno en su vida, sus calles, sus gentes, su gastronomía, música y usos populares. Una alegría de vivir que percibimos en las muestras de amor, en los cuidados mutuos que se dedican los protagonistas entre ellos, la luz que transmite el dibujo de Clément Oubrerie y la forma de hablar tan florida y metafórica de sus personajes.
Haciendo gala de una gran honestidad también pone encima de la mesa, sin dramatismo, situaciones de explotación entre vecinos, la violencia del machismo, viejas prácticas sociales como concertar matrimonios y otros aspectos que desde el punto de vista de los derechos humanos no son aceptables. También plantea aspectos cotidianos poco amables como las relaciones de pareja contaminadas por intereses materialistas, parejas concertadas, la homosexualidad en África y, de manera destacada, la emigración hacia Francia.
Sin embargo, el tono de esta gran historia nunca asfixia, la autora encuentra siempre el contrapunto necesario para aliviarnos y si, por ejemplo, los hombres son unos gañanes, torpes, apasionados y responsables de casi todos los conflictos, la autora emplea una voz femenina apoyándose en los personajes femeninos que nos traen las soluciones necesarias. Estamos en buenas manos, confiemos, ellas sabrán qué hacer. Efectivamente, son las mujeres las que resuelven los conflictos con inteligencia y mediante el apoyo mutuo y la solidaridad. De esta manera, la autora nos da a conocer la importancia de las redes de solidaridad que se dan entre mujeres africanas y plantea que, en definitiva, gran parte de la gestión de la vida social recae sobre ellas.
En definitiva, AYA es un viaje a África sin aditivos, ni edulcorantes. Una mirada africana realista y sincera a una sociedad cuya realidad desconocemos en gran medida, porque la imagen que recibimos de este continente es opaca y distorsionada.
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10 de octubre de 2018